Quedarse sin ideas

Comenzaré escribiendo algo más genérico: quedarse sin algo, cualquier cosa: quedarse sin dinero, sin tiempo, sin agua, sin gasolina, sin amigos, opciones, sin tema de conversación, etc.

Cuando nos quedamos sin algo, en realidad nos quedamos con algo: un vacío.

Pero mi reflexión no va hacia ese vacío, sino a la falta de ese algo. ¿Qué hacemos cuando nos quedamos sin algo? Para empezar, notamos la falta de ese algo porque lo necesitamos, o mejor dicho, hasta que nos damos cuenta que lo necesitamos.

Quedarse sin ideas es frustrante. Estás tratando de armar un plan o inventar algo creativo y de pronto ¡Puff!, tu mente empieza a dar vueltas por las mismas ideas que ya habías considerado. Pero sabes que algo falta, que esas ideas que ya tuviste no son suficientes. ¡Lástima! Tu cerebro no produce más.

Lo que sigue a continuación, creo que todos lo hemos vivido: tratamos de concentrarnos; respiramos; nos relajamos; invocamos musas; esperamos que venga la inspiración… y nada. Lo que viene, eso sí, es una creciente sensación de desesperacion: ¡Carajo! ¡Ya casi terminaba! ¡Sólo un par de ideas más, te lo ruego, Dios mío!

Pero no. No hay más ideas, sólo vueltas y vueltas a las ideas que ya estaban pensadas.

Luego sigue la frustración. «No sé para qué me metí en esto«, «Ah, pero me encanta sufrir» y cosas por el estilo. Finalmente, después de darnos de cabezasos contra la pared, decidimos abandonar: nos vamos a dormir, vamos a la tienda por galletas o buscamos a alguien para platicarle nuestra tragedia, dejamos que termine el día y nos vamos a dormir de malas o en el mejor de los casos, resignados.

Y nos despertamos a las 3 de la mañana con la idea que nos hacía falta.