Que alguien piense por mí.
Estaba pensando que en algunas ocasiones pensar es todo un trabajo. Tenemos mucha (o poca) información y tenemos muchos temas en los qué pensar. Tal vez dispongamos de poco tiempo. Y con seguridad, hay algo urgente que nos exige llegar a ciertas conclusiones para tomar una decisión.
Llega el dolor de cabeza. El dolor de cuello y hombros. Y si peor nos va, nos duele incluso el estómago.
En una ocasión, pensé «Bueno, sería genial si yo me pudiera desentender de muchas de estas cosas y que alguien más se hiciera cargo de pensar por mí«. Como si mi plegaria hubiera sido atendida por una fuerza superior, de pronto escuché una voz: «No te preocupes, yo me encargo».
¡Wow! Quedé fascinado. Y estaba a punto de aceptar la oferta, cuando una sensación corporal me hizo detenerme. Entonces volvió a hablar la voz: «Anda, anda. Yo me encargo de pensar por ti«. Afortunadamente reconocí la voz: era uno de mis «yo» de la infancia al que le encanta ponerse a resolver crucigramas y sudokus.
Tuve que rechazar la oferta y seguir pensando por mí mismo, con dolor de cabeza y todos los accesorios.