Porque yo llegué primero

Fui a una exposición de pintura. No había mucha gente. Me detuve frente a un cuadro. Trazos suaves, colores pastel, muy agradable. Tranquilizante a la vista.

Un par de jóvenes se pararon junto a mí. Una de ellas comentó en tono crítico, «No mames. ¿Por qué no cuelgan los cuadros bien derechos? Me caga que se vean así inclinados», y siguieron caminando.

Me hice un poco hacia atrás. Volví a mirar el cuadro y, efectivamente, estaba inclinado. Muy ligeramente inclinado. Imperceptible al ojo común.

Recordé tantas situaciones de mi vida cotidiana en que colgué o ayudé a colgar algo: un cuadro, un espejo, una repisa. Mientras yo lo colocaba alguien me guiaba, «hacia arriba; a la derecha; gíralo un poquito hacia tu izquierda; menos». Luego yo me paraba junto a la persona para ver cómo había quedado la pieza: «Está bien, ¿no?». Y aunque desde mi perspectiva siempre estaban bien, en ocasiones la otra persona salía con un «Mmm… no, quedó chueco. Hay que moverlo un poco».

Recientemente me ha dado por preguntarme, «¿Y si en realidad el cuadro está derecho pero la que está inclinada es la pared? ¿Por qué no reacomodar la pared?»

Me imagino que la pared, en su defensa, nos respondería «¿Reacomodarme a mí? Nel, yo llegué primero. Reacomoden su pinchurriento cuadrito que acaba de llegar».