Escribir por escribir
Es frecuente descubrirme pensando en mil cosas a la vez. Me gusta leer; me gusta escuchar; me gusta observar los contornos del día y las periferias de lo cotidiano; las imágenes, sonidos y sensaciones que de improviso se mezclan y giran unas alrededor de otras, se acarician y me hacen ver más allá de lo que se puede ver; un Sancho Panza que viaja con Ulises entre cantos de sirena y golpes de timón para llegar puntuales a una cita con Sor Juana; una obra de teatro trágico con música de Oasis interpretada explosivamente por los Ángeles Azules y Rubén Albarrán (sí, el vocal de Café Tacvba).
Estoy sentado en la mesa de siempre, en esta oficina compartida disfrazada de cafetería donde la gente platica de proyectos, mensajea desde sus smartphones, trabaja en sus laptos y hablan por teléfono. Claro, también hay quien viene simplemente a tomar café y disfrutar la mañana soleada.
Música ambiental; mesas se ocupan; ruido de carros; mesas se desocupan; y el eventual ¿se le ofrece algo más?
Yo sigo pensando en aquella sonriente mujer: la que vende tacos; la que malabarea barriles de cerveza pintados de muchos colores; la que viaja en camello y vuela como mariposa en un circucho en Mexicali de un mundo creado por Ray Bradbury hace más de 60 años, donde un león bosteza, un trío de ruidosos payasos se retiran silenciosos después de su acto… y su sonrisa. No la sonrisa de la mujer malabarista-vendetacos-viajaencamellos-mariposa, sino la de ella, la que no sabe aún que en su sonrisa puedo dejar de escribir por escribir.