Al sur de la frontera, al oeste del sol – 7
Al sur de la frontera, al oeste del sol – Haruki Murakami
(Notas personales)
“Cuando dejé el bar poco antes del amanecer, una lluvia fina caía sobre la avenida Aoyama. Estaba exhausto. La lluvia empapaba muda los bloques de rascacielos que se erguían silenciosos como lápidas. Dejé el coche aparcado delante del bar y volví a casa andando. A medio camino, me senté en una valla y contemplé un gran cuervo que graznaba posado en un semáforo. A las cuatro de la mañana, la ciudad se veía miserable y sucia. La sombra de la putrefacción y la decadencia lo cubría todo. Y yo era una parte integrante de ella. Como una sombra impresa en la pared.”
“Este mundo es igual. Si llueve, las plantas florecen; si no llueve, se secan. Los insectos son devorados por las lagartijas; y las lagartijas, por los pájaros. Pero, en definitiva, todos acaban muriendo. Y, después de muertos, se secan. Cuando una generación muere, la sucede la siguiente. Es así. Hay muchas maneras de vivir. Hay muchas maneras de morir. Pero eso no tiene ninguna importancia. Al final, sólo queda el desierto. El desierto es lo único que vive de verdad”
Hajime se casó a los 30. Ella, Yukiko, 5 años menor que él. Se conocieron en un lugar solitario durante unas vacaciones de verano. Un día llovía a cántaros y se refugiaron bajo el mismo lugar. Se hicieron amigos y comenzaron a salir.
El padre de Yukiiko era presidente de una empresa de construcción mediana. Seis meses después de la boda, le preguntó si dejaría la editorial para trabajar con él. Le comentó sobre un edificio nuevo y la posibilidad de abrir allí un negocio. Hajime, reflexionó unos instantes, y decidió abrir un elegante jazz bar en el sótano del edificio. El padre de Yukiiko financió la instalación y Hajime se encargó de la administración. El bar tuvo un gran éxito y dos años después Hajimi abrió otro un segundo bar.
A los 36, Hajime tenía una esposa, dos hijos, buenos coches, buena casa y negocios.Su suegro le recomendó y lo asesoró para invertir el dinero en Bolsa. Había días en que Hajime sentía que él no pertenecía a este mundo capitalista. Era como si estuviese viviendo una existencia que correspondía a otra persona.
Un día, un antiguo compañero del instituto llegó al bar. Reconoció a Hajime porque su foto apareció en una revista por un reportaje sobre los bares de Tokio. Platicando, salió el nombre de Izumi. Aunque el amigo trataba de evitar los detalles, le contó que en un viaje a Toyohashi para visitar a su hermana menor, al entrar al elevador del edificio donde ella vive, reconoció a Izumi, a pesar de que físicamente estaba muy cambiada. Confirmó que se trataba de ella, pues en su puerta estaba colgado un letrero con el apellido Ohara, y también su hermana le mostró un registro de vecinos donde figuraba el nombre completo: Izumi Ohara.
Lo que más le había llamado la atención fue saber que Izumi no hablaba con nadie y, que en general los niños que vivían cerca le tenían miedo. “Si la vieras con tus propios ojos, lo entenderías. En realidad, es imposible explicárselo a alguien que no lo haya visto”. Hajime sentía culpa.