Al sur de la frontera, al oeste del sol – 11
Al sur de la frontera, al oeste del sol – Haruki Murakami
(Notas personales)
“Le acaricie los hombros, el pelo, los pechos. Estaban húmedos, eran cálidos, suaves. Eran reales. Pude sentir la existencia de Yukiko a través de la palma de mi mano. Pero nadie podía decir hasta cuando seguiría viviendo. Todo cuanto tiene forma puede desaparecer en un instante. Yukiko y la habitación donde estábamos. Las paredes, el techo, la ventana. Antes de qué te dieras cuenta, todo podía haberse borrado para siempre.”
Cuatro días después del viaje con Shimamoto, el suegro de Hajimi lo telefoneó y lo invitó a comer al día siguiente. Tenía algo importante que halar con él.
Se encontraron en la oficina de su suegro, el sexto piso de uno de sus edificios. Desde una ventana, le mostró la vista de la ciudad, resaltando zonas con construcciones viejas. Le dijo que pronto serían derrumbadas para hacer nuevos edificios y eso era una oportunidad para él como constructor
Fueron a comer a un restaurante y su suegro le dijo que quería pedirle un favor. Quería fundar una nueva empresa y necesitaba el nombre de Hajimi como testaferro. A Hajimi le incomodó la idea pues podría meterse en un problema. Su suegro le dijo que como esposo de su hija jamás lo pondría en riesgo. Hajimi se dio cuenta que en realidad su suegro ya había tomado la decisión.
El suegro de Hajimi bebía alcohol y se empezaban a notar sus efectos. Le dijo que de vez en cuando y tuviera algún desliz. Le platicó que Yukiko intentó suicidarse una vez cuando tenía 22 años. Le dijo que en algún momento como padre inclinaría su afecto hacia alguna de sus hijas, como él había preferido a Yukiko por sobre sus hermanos.
Cuándo Hajimi llegó a casa, le dijo a Yukiki que su suegro no quería hablar de nada importante, sólo necesitaba beber con alguien. Yukiko comentó que antes de la muerte de su madre, su papá aguantaba bastante bien el alcohol. Después tomar café, se metieron en la cama y mientras hacían el amor, Hajimi pensaba en Shimamoto. Al terminar, Hajimi se duchó, volvió a la cama, y le volvió a hacer el amor pero ahora pensando en ella.
Al día siguiente, Hajimi fue por su hija a la guardería. Cuando la vio a lo lejos la saludó. Mientras la niña caminaba hacia él, se desvió para saludar a otra niña. Él se acercó y vio a la madre de esa otra niña. Era hermosa. No aparentaba tener más de 25 años. Le recordaba a Shimamoto.
Ya en el auto de regreso a casa, la niña le preguntó si le podría comprar un caballo. “Algún día”, le respondió. Ella preguntó entonces si el abuelo se lo compraría. “Pídeselo. Quizá te lo compre”, respondió él.
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